«Hão-de olhar para aquele que trespassaram.»

A centralidade do Crucifixo na celebração litúrgica
«Hão-de olhar para aquele que trespassaram.»
Por Mauro Gagliardi
Consultor do Ofício das celebrações litúrgicas do Santo Padre

Publicado no L'Osservatore Romano de 9.Março.2009
(tradução: La Buhardilla de Jerónimo)

En este tiempo de Cuaresma, no podemos dejar de pensar en el gran misterio del Sacro Triduo que, al término de estos cuarenta días, nos hará volver a meditar y revivir, en el hoy de la Liturgia, la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Una ayuda para este proceso de conversión proviene de la meditación sobre la centralidad de la Cruz en el culto y, en consecuencia, en la vida del cristiano. Las lecturas bíblicas de la Misa de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre) presentan, entre otros, el tema de "mirar a". Los israelitas deben mirar a la serpiente de bronce levantada sobre un asta para ser sanados del veneno de las serpientes (cfr. Números 21, 4b-9). Jesús, en la página evangélica de esa fiesta litúrgica, dice que Él debe ser levantado en alto como la serpiente mosaica para que quien cree en Él no muera sino que tenga vida eterna (cfr. Juan 3, 13-17). Los israelitas miraban a la serpiente de bronce pero debían realizar un acto de fe en el Dios que sana; para los discípulos de Jesús, en cambio, hay una perfecta convergencia entre “mirar a” y creer: para obtener la salvación, se debe creer en Aquel al cual se mira, el Crucificado Resucitado, y vivir de un modo coherente con esta mirada fundamental.

Ésta es la intuición fundamental del uso litúrgico tradicional según el cual el ministro y los fieles dirigen juntos su mirada hacia el crucifijo. En el momento en que entró en uso la práctica de celebrar versus populum, surgió el problema de la posición del sacerdote en el altar, ya que ahora estaba de espaldas al tabernáculo y al crucifijo. Inicialmente, en diversos lugares, fue establecido el tabernáculo (a cassetta) puesto sobre el altar separado de la pared: el tabernáculo se encontraba así entre el sacerdote y los fieles de modo que, aún encontrándose uno frente a otros, tanto el ministro como los fieles podían mirar hacia el Señor durante la liturgia eucarística. Este recurso, sin embargo, fue superado pronto, sobre todo en base a la convicción de que esta ubicación del tabernáculo generaría un conflicto de presencias: no se podría reservar el Santísimo Sacramento sobre el altar de la celebración porque contrastaría con las diversas formas de presencia de Cristo en la liturgia. Finalmente se resolvió colocar el tabernáculo en una capilla lateral. Quedaba aún el crucifijo, al cual el sacerdote seguía dando la espalda, dado que por norma aún permanecía en el centro. Se resolvió aún mas fácilmente estableciendo que podía ser colocado también a un lado del altar. De este modo, ciertamente, el ministro no le daba más la espalda pero la representación del Señor crucificado perdía su centralidad y, de todos modos, no se resolvía el problema consistente en el hecho de que el sacerdote continuaba sin poder “mirar al Crucificado” durante la liturgia.

Las normas litúrgicas establecidas para la actual forma ordinaria del rito romano permiten colocar el crucifijo y el tabernáculo en posiciones alejadas; sin embargo, esto no impide que se continúe discutiendo sobre la mayor oportunidad de que sean colocados al centro, como se indica para el altar. Esto vale principalmente para la representación del Crucificado. La instrucción “Eucharisticum mysterium”, de hecho, afirma que “en razón del signo” (ratione signi, n. 55), conviene que sobre el altar en el que se celebra la Misa no sea colocado el tabernáculo porque la presencia real del Señor es el fruto de la consagración y como tal debe aparecer. Esto no excluye que el tabernáculo puede normalmente permanecer en el centro del edificio litúrgico, sobre todo donde se cuente con la presencia de un altar más antiguo que ahora se encuentra detrás del nuevo el altar (véase el n. 54, que afirma que es lícita la colocación del tabernáculo sobre el altar dirigido al pueblo). Si bien se trata de una cuestión compleja y que requeriría profundizaciones, se puede reconocer que el desplazamiento del tabernáculo fuera del altar de la celebración versus populum (o nuevo altar) tiene más argumentos a su favor ya que no se basa sólo en el argumento del conflicto de presencias sino también en el de la verdad de los signos litúrgicos. Sin embargo, no puede decirse lo mismo respecto al crucifijo. Eliminada la centralidad del crucifijo, la comprensión común del sentido de la liturgia corre el riesgo de ser trastocada.
Es evidente que el mirar no puede ser reducido a un mero gesto exterior, realizado con la simple orientación de los ojos. Se trata principalmente de una actitud del corazón que puede y debe ser mantenida, cualquiera sea la orientación asumida por el cuerpo del orante y la dirección dada a la mirada durante la oración. Sin embargo, en el Canon romano, también en el misal de Pablo VI, está la rúbrica que prescribe al sacerdote elevar los ojos al cielo poco antes de pronunciar las palabras consecratorias sobre el pan. La orientación del espíritu es más importante pero la expresión corpórea acompaña y sostiene el movimiento interior. Si es cierto, entonces, que mirar al Crucificado es un acto del espíritu, un acto de fe y adoración, sigue siendo cierto que mirar la imagen del Crucificado durante la liturgia ayuda y sostiene muchísimo el movimiento del corazón. Tenemos necesidad de signos y gestos sagrados que sostengan, sin sustituirlo, el movimiento del corazón que anhela la santificación: también esto significa obrar litúrgicamente ratione signi. Sacralidad del gesto y santificación del orante no son elementos contrarios sino dos aspectos de una única realidad.

Por lo tanto, si el uso de celebrar versus populum tiene aspectos positivos, es necesario, sin embargo, reconocer también sus límites: en particular el riesgo de que se cree un círculo cerrado entre el ministro y los fieles que ponga en segundo plano precisamente a Aquel al cual todos deben mirar con fe durante el culto litúrgico. Es posible evitar estos riesgos restituyendo a la oración litúrgica su orientación, en particular en lo referente a la liturgia eucarística. Mientras la liturgia de la Palabra tiene su desarrollo más adecuado si el sacerdote está dirigido hacia el pueblo, parece teológica y pastoralmente más oportuno aplicar la posibilidad – reconocida por el misal de Pablo VI en sus diversas ediciones - de continuar celebrando la Eucaristía hacia el crucifijo; esto puede realizarse concretamente en diversos modos, también colocando la representación del Crucificado en el centro del altar en la celebración versus populum, de modo tal que todos, sacerdotes y fieles, puedan mirar al Señor durante la celebración de su santo Sacrificio. En el prefacio al primer volumen de su Opera Omnia, Benedicto XVI se ha mostrado feliz por el hecho de que se esté siguiendo cada vez más una propuesta que él había realizado en su Introducción al espíritu de la liturgia. Ésta, como ha escrito el Papa, consistía en la sugerencia de “no proceder a nuevas transformaciones sino poner simplemente la cruz en el centro del altar, a la que miran juntos el sacerdote y los fieles, para dejarse así conducir hacia el Señor, al cual todos juntos oramos”.