Testemunho de um jovem sacerdote

Recibimos estas reflexiones de un joven sacerdote español, sobre la celebración de la Santa Misa, tanto en el vetus como en el novus ordo. Creo que son interesantes para compartir, y animar a otros sacerdotes jóvenes a aprender la Misa tradicional.

"Hace ya meses que celebré mis primeras Misas en la forma extraordinaria, y quisiera haceros participar de lo que viví en esos días de vacaciones en los que tener que buscar dónde celebrar Misa puede convertirse en un Calvario –nunca mejor dicho–. Permitidme que no diga el lugar donde dije estas Misas. Solamente quiero agradecer con toda mi alma a los amigos que me permitieron celebrar en su piadosa capillita por el don precioso con que me regalaron en los primeros días de mis vacaciones estivales.
Entro ya en materia, sumariamente:

1. Quien piensa que el latín es un muro infranqueable tiene un temor infundado. Yo siempre que digo Misa solo, la digo en latín. Y quien pone un poco de interés en el Seminario para aprenderlo, tiene tablas de sobra para decir dignamente la Santa Misa. Además, exceptuando las lecturas y partes propias de cada día, hay que tener en cuenta que lo que son las partes del “ordo” de la Santa Misa pronto quedan en la memoria. El hecho de que sean comunes y para toda la Iglesia es una ventaja inmensa. Animo a todos los sacerdotes a perder el miedo al latín.

2. El mero hecho de revestirse diciendo las oraciones inserta ya en un ambiente “cultual” muy bello y como divino. Quizá se deba a la poca devoción con que me revisto para las Misas del Novus Ordo, pero no puedo dejar de sentir más “intimidad” con el Señor, más como quien se viste las armas para una batalla, o el traje de novio para su novia, o el traje de Cristo Sumo Sacerdote.

3. Las oraciones y salmos, el Confiteor antes de comenzar, hacen caer al celebrante de la importancia del Sacrificio, de la necesidad de la pureza. Me venían a la cabeza los salmos que cantaban los mártires antes de ser sacrificados, como quien se prepara al mismo tiempo para morir y para encontrarse con el Señor.

4. Me liaba un poco con los besos al altar, las veces que tenía que decir el “Dominus vobiscum” y el “Oremus”, pero pienso que con un poquitín de estudio y práctica lo haré perfecto. Veo que esta Misa es muy fácil decirla bien, porque está todo medido y concretado. Una vez que se aprende, es sencillo. Con el Novus Ordo hay, en cierto sentido, tantas misas como sacerdotes. Muchas rúbricas quedan abiertas al juicio del celebrante, y por eso, aun siendo fieles a las normas, hay tanta diferencia entre Misas. Con la Forma Extraordinaria esto no pasa de igual manera. Es verdad que uno puede ser más piadoso o estar más concentrado o cosas así, pero no hay lugar para la improvisación o la “espontaneidad”, y esto me parece estupendo, porque uno hace lo que tiene que hacer y está sólo pendiente de la Santa Misa, no le distraen ni las moniciones, ni los fieles –quiero decir, que al no verlos, no puede distraerse tanto–, ni las partes elegibles –que son muchas menos–, etc.

5. Las repetidas genuflexiones e inclinaciones, el hecho de tener los pulgares e índices unidos después de la Consagración, la delicadeza y “empeño” al purificar, así los dedos como los vasos… Todo destaca inmensamente la grandeza del sacrificio, la humildad y reverencia que debe tener el sacerdote, y Quién es el Señor, cuyo Cuerpo y Sangre tocas con tus manos y labios. La Misa es mucho más viva, y por así decir, el sacerdote experimenta mucho más el “In Persona Christi”.
Continuando los días de vacaciones, experimenté la cruda realidad cotidiana en las iglesias de mi tierra querida. Si relato lo siguiente, lo hago principalmente por el fortísimo contraste que sentí los días siguientes. Me acuerdo del consejo que me dio el sacerdote que me llevó al Seminario: "Aprende de lo que veas mal en los sacerdotes y en cómo dicen la santa Misa, no para criticarlos, sino para rezar mucho por su santidad y para aprender lo que no tienes que hacer cuando seas tú el sacerdote. Cuando digas Misa piensa sólo en dar gloria al Señor, de tal modo que si algún seminarista te viera, tuviera que poder decir: «Así quiero yo decir la Misa cuando sea sacerdote»".

El primer día tras las Misas en la forma extraordinaria concelebré con un religioso. A la sazón celebraba la memoria de un santo de su Instituto. Las oraciones del misal, preciosas. Pero claro, el hombre pensó que eran mejor las que él inventaba al paso de la celebración. Un desastre. Ni siquiera tuvo la delicadeza de conservar las partes del canon para que yo pudiera concelebrar en condiciones. Y en las palabras de la Consagración, se detuvo en “por vosotros y por todos”, omitiendo el “los hombres”, que yo, como manda la rúbrica, dije con voz moderada y todos los fieles pudieron oír. Manías feministas tontas.

Día segundo, peregrinación a un Santuario Mariano con mi familia. De nuevo concelebración. El altar parecía una mesa de despacho totalmente desordenada. Sobre el mismo: papel de moniciones, papel de cantos, hoja plastificada con la bendición de camiones para San Cristóbal, hoja de avisos, hoja de intenciones de Misas, papelillo con el nombre del obispo, otro papel de cantos para mí… y como es costumbre en muchos lugares, el corporal “permanente”, todo sucio y arrugado, los purificadores mugrientos... ¿De dónde habrá salido esa costumbre absurda y tan extendida de dejar el corporal puesto sobre el altar y no recogerlo nunca? Me acordé de lo que decía mi madre cuando mis hermanos y yo éramos pequeños: “Hijo, somos pobres. La ropa la llevaréis a veces remendada, pero siempre limpia”. Y pensé que ni siquiera para el Señor eran capaces de tener, aunque pobremente, limpios los paños, las albas –con ese típico olor a sudor veraniego y roña en los cuellos…–

Día tercero. Misa concelebrada. Celebración cuidada. Manía de las moniciones. No por ser un día especial en el que el celebrante quisiera hacer una catequesis sobre la Santa Misa, sino que es costumbre de ese sacerdote: saludo antes de la Señal de la Cruz, monición de entrada, monición al acto penitencial, monición las lecturas en general, monición a cada lectura, monición a las preces, monición al ofertorio, monición a la paz (no, no me he saltado la plegaria eucarística, es que debía ser lo menos importante para el sacerdote… en fin, lo agradecí). Y todas las moniciones insulsas e innecesarias.

Día quinto. Celebré la Misa en la parroquia de un joven sacerdote amigo. Novus ordo. Ornamentos bellos, vasos sagrados dignos, manteles y paños limpísimos. Liturgia cuidada. Feliz.
Día sexto y siguientes. Misa en latín, novus ordo, en una capilla de la casa sacerdotal, donde celebraba solo. No me atreví a celebrar en la forma extraordinaria porque estoy convencido de que sentaría mal al rector –como le hubiera resultado “pintoresco” si hubiera sabido que estaba diciendo la Misa en latín–.

¡Cómo echo de menos la Misa en la forma extraordinaria! Rezad por mí a la Inmaculada y a San José, para que sea cual sea el rito que utilice, sea fiel a la Iglesia, celebre con toda mi piedad y devoción, con el único deseo de dar gloria a Dios nuestro Señor como Él se merece, y de reparar tantas Misas como se dicen de cualquier manera. Gracias a todos por todo".


Fonte: www.unavocemalaga.com